Los bosques, principales productores de biomasa del mundo, ejercen una influencia decisiva en los intercambios energéticos entre la atmósfera y el suelo, interceptando la radiación solar, frenando el viento, fijando el gas carbónico y evapotranspirando gran cantidad de agua. Directamente dependientes del clima, ellos son, a su vez, uno de los principales factores que lo regulan.
Las interacciones entre bosque y clima siguen siendo un tema de debate entre especialistas. Un científico francés sostiene que el bosque “atrapa” la radiación solar con mayor eficacia que cualquier otra formación vegetal. El calor almacenado por la mañana es restituido por la noche y, al contacto con las masas de aire más húmedo que se mantienen sobre los árboles, origina precipitaciones tormentosas.
En el ciclo global del carbono en la superficie terrestre, los bosques desempeñan un doble papel de reserva: por una parte, absorben una cantidad importante del CO2 contenido en la atmósfera y, por otra, lo restituyen. Por ahora, los eco-sistemas forestales “eliminan” bastante bien el CO2 que producimos, pero no podrán seguir haciéndolo si las emisiones industriales continúan aumentando y si no se detiene la deforestación.
La erosión es la pérdida progresiva de los componentes del suelo como consecuencia de la disgregación previa de las partículas posteriormente arrastradas y transportadas a lugares más bajos. El impacto ambiental negativo de la erosión se relaciona con la degradación progresiva del recurso suelo, además de ser irreversible a corto plazo. La intervención humana puede hacer que la velocidad del proceso aumente, por ejemplo, con la roturación del suelo cultivado.
Los factores meteorológicos, topográficos y geográficos en una zona determinan el clima y las condiciones de distribución del agua a lo largo del año, y si las lluvias anuales se limitan a pocos días, se produce una situación de aridez. La sequía afecta o agrava la aridez cuando tiene un carácter temporal inesperado. Concretamente, se habla de desertización cuando los agentes naturales transforman el suelo, que alguna vez fue productivo o fértil, en un desierto.
El término desertificación fue introducido, en Aubreville, en 1949, y retomado en la Conferencia de Nairobi, en 1977. Se lo define como “la propagación de condiciones desérticas en áreas áridas y seminaristas con menos de 600 mm. de precipitaciones, debido a la influencia del hombre además de los cambios climáticos”. Por lo tanto, la desertificación constituye un verdadero impacto ambiental, relacionado con la deforestación y la erosión antropogénica del suelo.
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